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Un experimento con 20 niños, el equipo de las camisetas rojas son de 10 años y las amarillas son mayores. Existe una diferencia, posiblemente están en lados distintos de la pubertad. La prueba consiste en averiguar la rapidez con la que un equipo reconoce las emociones del otro. Lo normal sería que los de la camiseta amarilla estuvieran más capacitados, pero nuestros resultados confirmaron que los mayores fueron más lentos en judgar emociones que los jóvenes. Esto se debe a la aparente insensibilidad de la personalidad del adolescente. La razón reside en los lóbulos frontales del adolescente. Durante la pubertad nuestro cerebro desarrollan nuevas conexiones pero no tiene una función específica. Con tantos nuevos caminos las señales puede interrumpirse y confundirse, es esa interrupción causada por el crecimiento.
En los años de la adolescencia se produce un exceso de actividad en los lóbulos frontales y por eso es una época de frustración y mal humor. Todos superamos la adolescencia pero este no es el caso de todos los aspectos de la personalidad. Algunas de las particularidades que desarrollamos en la juventud puede durar toda la vida, y una de ella es la afición al riesgo.
Como los lóbulos frontales del quinceañero ya están confusos son seducidos por conductas arriesgadas y el riesgo produce una sensación de euforia por la dopamina. Cuantos más riesgos, menos sensibles a la dopamina y necesitamos dosis más altas.
¿Qué ocurre cuando pasamos a la edad adulta? Pues que nuestra identidad está formada y nuestros lóbulos frontales están controlados.
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